viernes, 11 de enero de 2019

El asalto

Son las ocho de la noche.

Una llovizna persistente dibuja extraños reflejos de luz que llegan desde la amplia avenida a los cristales de la cafetería "Bon Appétit", acompañando el sonido ambiental de música de jazz.

El viento helado se filtra en la cafetería cuando el hombre alto y robusto vestido de negro ingresa empujando nerviosamente una de las hojas de cristal de la puerta.

"Buenas noches", le dice una mesera, pero el hombre no la escucha y se sienta en una céntrica mesa metálica. La mesera piensa que se trata de un cliente pesado, de esos sujetos neuróticos que tratan a patadas a medio mundo y lo observa con interés.

Es tarde para usar lentes oscuros y a pesar de que ya está dentro, tampoco se quita la gorra negra.

Un extraño presentimiento incomoda a la joven mesera, el hombre de negro, con guantes de piel del mismo color, se desabrocha el abrigo y saca de la cintura una pistola que introduce a la bolsa derecha de su prenda.

Sintiéndose desfallecer la señorita del servicio se dice a sí misma: "¡Dios mío, un ladrón! y se dirige alarmada al cajero que concentrado ordena unos bauchers a un costado de la caja. La mesera le golpea con el codo y el cajero interpreta ese golpe como un accidente. No le hace caso. La joven insiste dándole una patada a lo que el cajero contesta en voz alta: "¡Qué te pasa! ¡Fíjate!"

El hombre de negro mira la escena y levanta el brazo hacia la caja. El cajero ordena a la mesera, "Atiende al señor". La mesera hace gestos y se dirige al cliente: "Buenas noches, aquí está la carta", pero el hombre de negro se la rechaza con la palma de la mano y le dice: "Solo quiero un café americano". La mesera anota en su comanda con inestabilidad y letras grandes "ES UN LADRÓN, TRAE UNA PISTOLA" y de paso a la cocina deja el papel a un costado de la caja, mientras dice, "un americano por favor".

De reojo miró el papel el cajero  y abrió los ojos sorprendidos al leer el mensaje. Simulando que llamaba a alguien pasó a la cocina, detrás de la caja. La mesera comentaba con las tres cocineras sobre el problema. "Voy a llamar a la policía" dijo el cajero y visiblemente excitado marcó el número de la policía.

Por el teléfono celular se escuchó la voz de una mujer: "Buenas noches. Estación de policía. Le habla la oficial Martha, ¿con quién tengo el gusto?"

-Me llamo Juan, soy el cajero del café restaurante "Bon Appétit" de aquí del centro.
-Sí, ubicamos el lugar, dígame ¿en qué podemos servirle?
-Al parecer un ladrón se metió al café y está armado.
-Mantenga la calma y dígame, ¿el ladrón es uno o son varios?
-Creo que nada más es él.
-Ok, ¿el ladrón está asaltando a los clientes?
-No, todavía no, pero se ve sospechoso.
-Muy bien, en este momento doy aviso a las unidades que anden cerca, no me cuelgue. Le voy a solicitar unos datos. Le informo que esta llamada puede ser grabada para fines de calidad en el servicio y que sus datos están protegidos, usted puede consultar nuestro aviso de privacidad en triple doble u, seguridad pública punto com.

Juan canceló con fuerza la llamada y balbuceó: "pinches burócratas..." Luego le dijo a la mesera: sírvele su café. Pero ella hizo gestos de rechazo y él le insistió: "¡llévalo!".

La docena dispersa de clientes que a esa hora cenaban en el lugar no se daban cuenta de nada.

Agitada la mesera depositó el café sobre la mesa, sin importarle que lo había agitado demasiado, reteniéndose el líquido sobre el plato, cosa que no importó al cliente que tomó un sorbo. Luego, extrajo una pluma y escribió algo sobre una servilleta.

En ese momento, el ruido de las sirenas y la luz de las torretas de las patrullas acompañaron el rechinido del forzado frenón de dos dos patrullas que se pararon frente a la cafetería. Con evidente torpeza descendieron cuatro policías de cada unidad, desenfundando sus armas y apuntando hacia arriba se precipitaron teatralmente sobre la entrada del café, ante el desconcierto de los clientes.

Uno de los policías dijo: "¡Nadie se mueva, todos con las manos en alto!" Como no percibió nada extraño, dijo: "Nos reportaron un asalto."

Los clientes se miraron desconcertados y luego sonrientes, irónicos.

El hombre de negro extrajo con rapidez el arma e introduciendo el cañón en su boca jaló el gatillo.

Pero la pistola tenía seguro. Cuando se percató de este descuido ya los policías lo habían sometido.

Lo desarmaron, lo esposaron y lo metieron a una patrulla.

Un policía alto y con un vientre muy abultado se acercó a la caja, "necesito hablar con el encargado". El mesero dijo, "Soy yo". Poniendo una libreta sobre el mostrador el policía le dijo: "Voy a necesitar sus datos para levantar el informe. Me tendrá que acompañar a la comisaría. Y el cajero le constestó: "Pero no asaltó a nadie."

Un silencio incómodo se apoderó de ellos dos en medio del barullo de la cafetería.

"Cierto, además, el ladrón se metió la pistola a la boca. Si es necesario voy a regresar con usted" Le advirtió el policía.

Mientras, sobre la mesa metálica que había ocupado el hombre de negro, en ese momento nadie se percató de una servilleta que tenía escrito: "NO SE CULPE A NADIE DE MI MUERTE. TE AMO JAVIER, PERO NO PUEDO SOPORTAR QUE ME ENGAÑES."

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