martes, 4 de noviembre de 2014

La carreta de la muerte

Hay leyendas que muchas personas tienen la oportunidad de conocer, pero muy pocas han sobrevivido para contarlas.

Fue precisamente en el mes de noviembre cuando visité a "Bic' rab", el viejo raboverde, que conserva en su jardín uno de los mejores ejemplares de plantas endémicas de la región, la mayoría medicinales, y que a muy pocas personas les permite conocer.

Estuvimos platicando sobre muy diversos asuntos y  nos sorprendió la noche con un frío espectral, por lo que mi viejo amigo sacó de entre un antiguo baúl dos botellas de mezcal.

 Pasaba ya de la medianoche, me disponía a retirarme cuando del oscuro horizonte emergió el aullido creciente de los perros seguido de un sonido caversono que crecía gradualmente: "ric-rac-truc-trac".

Cuando Bic' rab lo escuchó se quedó congelado: "¿Lo escuchas?” me preguntó.

Efectivamente, sobre la calle de arena, junto al muro de adobe, por la parte de los carrizos que hacen de entrada principal, se escuchaba el maligno sonido que causaba un dolor de cabeza, como si a uno lo golpeara un martillo a cada horrible sonido "ric-rac-truc-trac".

Bic' rab con los ojos vidriosos por lágrimas de terror me apartó contra la pared y dijo: “¡Maldita sea! ¡Más que nunca,  alguien va a morir!” Se quedó mirando su cuerpo como buscando algo y luego me miró a mí. Yo que tenía el escalofrío a flor de piel levanté la mano y le dije, "No, no, no. Eso sí que no."

Avanzamos con cautela para ver qué producía aquel ruido, pero yo no ví nada. Bic' rab, en cambio, abría los ojos desmesuradamente, sudando en medio de aquel frío terrible, señalaba algo visible sólo para sus ojos.

----¿Dime Bic´, qué ves? le pregunté.

Y el viejo Bic´ hablaba con la voz entrecortada y temerosa, señalando hacia una figura invisible: "Allí, ¿que no lo miras?”.  Pero yo no veía nada, solo las sombras de la profundidad de la noche y el aullido incesante de los perros.

---Por favor, Bic`, insistí, ¿dime qué es, por qué estás asustado?

Y él me contestó: "Más que nunca, como le pasó a mi padre, ahora viene por mí. Más que nunca, es la carreta de la muerte. Toda ella está formada de huesos amarillentos y viejos. Sus ruedas están formadas de huesos amarrados con mecate. La va jalando un caballo negro y fuerte y la va conduciendo el carretero de la muerte. Ese hombre viejo cuyo rostro le tapa el sombrero y lleva una capa negra que cubre todo su cuerpo. El caballo tiene enormes ojos rojizos que parecen llamas de fuego. Y el carretero ahora viene por alguien…Más que nunca...”

----Bic´, háblale, pregúntale qué quiere, le dije con mucho temor.

----Shhhhhh. Cállate, nos va a descubrir. Anda buscando a alguien. Alguien que hoy va a morir.

----Por favor, Bic´, pregúntale quién.

Y de pronto, como si la figura fantasmal aquella nos hubiese escuchado, se oyó con toda claridad como alguien avanzaba hacia la puerta de carrizo, misma que se abrió, supongo yo, por efecto del viento, pero Bic´rab estaba francamente aterrorizado.

Noté que su calzón de manta estaba mojado. Lo que haya sido le provocó que se orinara en su propio pantalón. Tenía los pelos de punta y boquiabierto tenía la miraba extraviada y con los ojos sumamente desorbitados y trataba de evadir algo o alguien, que al parecer lo detenía y contra lo que luchaba desesperadamente, como peleando contra el aire.

Todo era ridículo, como una pantomima en la que el viejo Bic´ bailaba e intentaba zafarse de algo, pero el terror y la fuerza que ponía en esa lucha, lo hacían todo más bien, escalofriante.

Me ordenó a gritos que arrancara un poco de albahaca y que le echara mezcal y en medio de aquel espectáculo de locura yo le pasé tres ramos de albahaca empapados en mezcal, con los que él parecía defenderse como una espada contra un atacante imaginario.

Yo tenía la piel erizada por el terror, mientras un zumbido profundo me taladraba el cerebro, e incluso llegué a pensar que Bic´rab había enloquecido y junto con él yo.

El espectáculo aquel se prolongaba eternamente y me arrepentí de haber visitado al viejo Bic.

Incluso, llegué a pensar que aquello era una broma. Me daban ganas de reír y pensar que todo aquello era provocado por el exceso de mezcal, pero era inexplicable y sumamente tenebroso el ruido aquel, como un eco surgido de lo más profundo de las cavernas, que se repetía de nuevo "¡ric-rac-truc-trac!", mientras el viejo Bic´rab permanecía tirado entre las hierbas, todo lleno de sudor, todo orinado y con el corazón palpitante pareciendo que se le quería salir de la camisa, y el aullido de los perros aumentaba con mucha insistencia.

Bic´rab, en el piso, respiraba con dificultad.

Como pude lo cargué y nunca pensé que aquel hombre bajito de unos 80 años pesara tanto.

Arrastrándolo en el piso, lo dejé recostado en un petate en su corredor y de inmediato llamé a la policía municipal para que trajeran un médico.

La respuesta fue que no podían traer a ningún médico porque los del centro de salud trabajaban medio día y me dijeron que esperara a que amaneciera, no faltaba mucho, era de madrugada.

Grité un par de groserías a los que me contestaron y estaba a punto de salir a la calle en busca de ayuda cuando Bic´rab se incorporó exhausto y me ordenó con la voz entrecortada: "No te vayas, quédate aquí, conmigo." 

Me recosté a su lado con alivio porque estaba vivo.

Entonces noté que mi pantalón también estaba mojado. En algún momento me mojé sin darme cuenta. Enseguida me quedé profundamente dormido y tuve terribles pesadillas de las que tampoco Bic`rab me pudo despertar porque también el sueño y el cansancio lo habían vencido.

No supimos cuanto tiempo estuvimos durmiendo, cuando una voz de mujer nos despertó y ya el sol empezaba a levantarse en el horizonte.

La voz de la mujer cada vez se hacía más fuerte con una letanía bien sólida de groserías:

"¡Chingao, chimpaimul, borrachos desgraciados, miren nomás cómo acabaron, debería darles vergüenza, destrozaron la puerta y dañaron varios surcos de plantas. No tienen remedio..."

Era la hermana de Bic`rab, de unos setenta años, que venía a dejarle el desayuno en una canasta de carrizo.

El olor a pan caliente, el humo incesante que despedía el jarro con chocolate y la jarra del atole me hicieron olvidar todo lo pasado.

Desayunamos en silencio, estábamos hambrientos. Bic` rab me miró con complicidad y me dijo discretamente: "Esta vez estuvo cerca. Cuando venga el carretero de la muerte tienes que espantarlo con albahaca mojada en mezcal. Venía por mí pero lo mandé derechito a buscar a su madre."

Nos almorzamos unas tortillas recién salidas del comal con un plato de frijoles de olla con chille verde y cebolla picada, con sabor a gloria.

Una vez que nos atendió, la hermana de Bic´rab intentaba corregir los surcos de las plantas maltratadas y levantando un pedazo de hueso amarillo de entre las plantas, dijo: “¿Qué hace aquí este pedazo de hueso viejo que parece de humano?”

Bic´rab y yo nos miramos con sorpresa, levantamos los hombros en señal de “no sé nada”, sonreímos y continuamos disfrutando de ese maravillo plato de frijoles. 

(Esta leyenda la publiqué originalmente en el blog www.san-antonino.blogspot.com, la presento aquí editada como un material de divulgación literaria.)

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