lunes, 24 de octubre de 2016

Espermatozoides sin padre

La historia de la ciencia está llena de anécdotas y curiosidades.

La siguiente reflexión y datos principales se basan en el extraordinario libro “La vida amorosa en el mundo animal” de Herbert Wendt, un clásico editado por Noguer en México en 1964.

A pesar de que desde la antigüedad presocrática ya se tenía conocimiento del semen no es sino hasta 1677 cuando se descubrió que éste se componía de espermatozoides, y desde este año hasta la fecha, se desconoce bien a bien quién fue su verdadero descubridor.

Para llegar a este conocimiento se tuvo que zanjar tortuosos caminos de prejuicios y limitaciones técnicas que van de la antigüedad hasta las postrimerías de la Edad Media y los inicios de la Ilustración.

Quiso el destino que fuera un aficionado a la ciencia quien contribuyera de manera decisiva al conocimiento científico a través de la invención del microscopio.

Se trata de Antonij Van Leeuwenhoek, que entre otros trabajos fue contador de una tienda de tela, conserje de escuela y empleado municipal, que en su tiempo libre perfeccionaba la visión a través de las lentes de aumento.

Esto le permitió construir un potente microscopio con el que se dedicó a ver cuánto tenía a su alcance y que sin tener una carrera  universitaria fue honrado como miembro de la prestigiosa asociación científica Royal Society de Londres, gracias a la documentación de sus observaciones a través de su invento.

Según se sabe, ese año de 1677, un joven universitario le llevó a su estudio a Leeuwenhoek una muestra de semen de un hombre enfermo que tenía poluciones nocturnas. Leeuwenhoek observó en el microscopio la muestra y se sorprendió de la cantidad de esos “animalillos” que pululan en ese líquido. El nombre del joven “descubridor” se perdió porque el mismo Leeuwenhoek no lo documentó, lo que dio pie para que varios países se disputen la nacionalidad del joven y hasta proponen su nombre.

Leeuwenhoek, impulsado por miembros de la Royal Society, dedicó gran parte de su tiempo a estudiar el contenido del semen de hombres y animales y los nombró “espermatozoides” proponiendo que su función sería estrictamente la de reproducir la vida. (No sería sino hasta 1875 cuando un zoólogo apreció en el microscopio la fecundación del óvulo femenino.)

Sin ser científico, el buen funcionario municipal, había dado en el clavo y de paso abrió la puerta a una nueva perspectiva en las discusiones sobre el origen de la vida. En una época donde históricamente estaba prohibido estudiar directamente al cuerpo humano---hazaña solo superada por Da Vinci---, Leeuwenhoek se aplicó al penoso estudio de una de las partes más íntimas del ser humano: su líquido eyaculatorio.

Antonij Van Leeuwenhoek es considerado el padre de la microbiología y ocupa un lugar distinguido al lado de hombres de ciencia que han contribuido al triunfo de la razón y la inteligencia, aunque es muy probable, que debido a los enormes prejuicios de la época, él haya desviado la atención de la osadía de su enorme curiosidad, atribuyéndole a un estudiante la audacia de ver el semen bajo el microscopio.


Esto es, que dadas las circunstancias, es muy probable que Leeuwenhoek haya sido el único responsable de dicho descubrimiento, es decir, el auténtico padre---literalmente---, de sus propios espermatozoides.