lunes, 28 de enero de 2019

Eva y el profesor

Contexto: En 1997 un crimen de una hermosa jovencita de 16 años conmocionó a España. Aunque nunca se identificó al culpable, la víctima dejó una clave escrita en su diario personal, que la policía nunca ha podido descrifrar, pero se cree que esa clave podría conducir al asesino. La clave consiste en que escribió aproximadamente unas 200 veces, de manera ordenada en filas "Evita y 343110" a las que coloreo en filas de verde, azul y rosa. 

Aquí mi hipótesis sobre este caso, en forma de cuento. Cabe aclarar que conocí  este asunto a través del libro "Crímenes Sin Resolver" de Vicente Garrido y Patricia López (Ariel, 2014), que reseña varios e interesantes expedientes abiertos que tienen en jaque a la policía española. No he terminado de leer todo el libro, pues apenas concluí con el capítulo de este caso y de inmediato se me ocurrió una solución que paso a redactar en forma de cuento. Por lo mismo, lo que sigue es ficción a partir de un hecho lamentable de la vida real.

Cuando Evita conoció al nuevo maestro de Química se quedó fascinada y al mismo tiempo con un inexplicable temor.

Se trataba de un docente joven, unos 30 años, blanco, alto, y una melena rubia peinada descuidadamente hacia abajo, que le daba un toque juvenil . A pesar de sus ojos azules, éstos eran fríos y penetrantes y advertían que algo no combinaba bien tras aquella fachada de artista de cine. Tenía buen gusto para vestir y se arremangaba la camisa larga dejando ver unos brazos bien trabajados en el gimnasio, con bastante bello.

También el maestro se dio cuenta de la fascinación que había despertado en aquella niña de 16 años y hacía todo lo posible para ponerla en el centro de su atención, sin evidenciarse frente al grupo. Al mismo tiempo, la química, que era la materia favorita de Eva, le permitía destacar en clase con su inteligencia natural.

Durante el curso, varias veces tuvieron la oportunidad de quedarse a solas en el aula, momento que aprovechaba el docente para insinuarse a ella. Evita se dejaba encantar por los gestos y las palabras seductoras, pero no aceptaba por dos razones: primero no sería bien visto una relación entre maestro-alumna y otro tanto por la diferencia de edades. Eso era un perfecto despropósito y sin embargo, la atracción estaba ahí, recíproca y posible.

En muchas ocasiones Evita ocultó esta información en su diario personal, pues sabía que en cualquier momento su información podría caer en manos de otras personas.

Al tiempo que se desarrollaban con normalidad las clases, aquella atracción se hacía cada vez más fuerte. Evita dudaba en continuar con ese juego, pero el maestro estaba decidido a llevarla hasta sus últimas consecuencias, costara lo que costara.

En repetidas ocasiones se sinceró con Evita, le dijo que no podía vivir sin ella, que le motivaba un nuevo deseo de vivir y que lo que más ansiaba era tenerla entre sus brazos, pero a Evita la frenaba la mirada inexplicablemente gélida del profesor y por otro lado, la uña del dedo pulgar de su mano derecha no era normal, era una uña chata grotescamente exhibida por un pulgar espatulado y anormal que no le inspiraba confianza a Evita.

Sin embargo, Evita dudaba. En su mente hacían eco las palabras dichas en la clandestinidad por el profesor: "En la vida solo existe una oportunidad, que cuando no la aprovechas, lo lamentarás toda la vida y morirás anciana y con el remordimiento de no haber disfrutado ese momento. Vamos, nadie se dará cuenta, te lo prometo."

No queriendo transcribir esto en su diario, Evita recordó la última clase de química, donde se percató que las iniciales del nombre del maestro, combinaban con el número de algunos elementos de la tabla periódica. Exactamente los números 34, 31 y 10 coincidían con las sílabas "SE-GA-NE" que tenían relación con las primeras sílabas del nombre del maestro.

De manera divertida empezó a escribir en columnas "EVITA Y 344110" en una cantidad similar al número de elementos que contiene la tabla periódica y para enfatizar esa coincidencia, la coloreó con los mismos tonos que se acompañaban en dicha tabla. De este modo, pudo meter al maestro en su diario personal y al mismo tiempo ocultarlo.

Evita accedió a salir en una ocasión con el maestro y tuvieron relaciones, siempre inducida y  obligada por él. Pero ese fue su error. El docente estaba obsesionado y la presionaba para que volvieran a salir. Ella accedió con la condición de que fuera la última vez y que eso se tenía que frenar. Con ese motivo, presionada por él, que se había vuelto violento y que amenazaba con lastimar a su familia si no volvían a salir, Evita pidió permiso para llegar tarde un día a casa. En el camino, de regreso, la estaría esperando el maestro.

Una lluvia intensa se desató esa noche. Evita le explicó que esto simplemente no podía continuar y el maestro le prometió que si mantenían relaciones, esa sería la última vez que la buscaba. Evita accedió de mala gana e hizo todo lo que el maestro le exigió en medio de la oscuridad del camino y bajo la intensa lluvia.

Cuando Evita se quiso retirar, el maestro quería repetir el acto, pero Evita no. Le pareció todo aquello muy desagradable y tenía miedo y urgencia por llegar a casa, pero el maestro no la iba a dejar ir y perdiendo el control acabó con la vida de la hermosa jovencita.

A la fecha el crimen nunca se ha resuelto, a pesar de que Evita escribió el nombre de su verdugo en su diario personal, valiéndose de la tabla periódica de los elementos.

viernes, 11 de enero de 2019

El asalto

Son las ocho de la noche.

Una llovizna persistente dibuja extraños reflejos de luz que llegan desde la amplia avenida a los cristales de la cafetería "Bon Appétit", acompañando el sonido ambiental de música de jazz.

El viento helado se filtra en la cafetería cuando el hombre alto y robusto vestido de negro ingresa empujando nerviosamente una de las hojas de cristal de la puerta.

"Buenas noches", le dice una mesera, pero el hombre no la escucha y se sienta en una céntrica mesa metálica. La mesera piensa que se trata de un cliente pesado, de esos sujetos neuróticos que tratan a patadas a medio mundo y lo observa con interés.

Es tarde para usar lentes oscuros y a pesar de que ya está dentro, tampoco se quita la gorra negra.

Un extraño presentimiento incomoda a la joven mesera, el hombre de negro, con guantes de piel del mismo color, se desabrocha el abrigo y saca de la cintura una pistola que introduce a la bolsa derecha de su prenda.

Sintiéndose desfallecer la señorita del servicio se dice a sí misma: "¡Dios mío, un ladrón! y se dirige alarmada al cajero que concentrado ordena unos bauchers a un costado de la caja. La mesera le golpea con el codo y el cajero interpreta ese golpe como un accidente. No le hace caso. La joven insiste dándole una patada a lo que el cajero contesta en voz alta: "¡Qué te pasa! ¡Fíjate!"

El hombre de negro mira la escena y levanta el brazo hacia la caja. El cajero ordena a la mesera, "Atiende al señor". La mesera hace gestos y se dirige al cliente: "Buenas noches, aquí está la carta", pero el hombre de negro se la rechaza con la palma de la mano y le dice: "Solo quiero un café americano". La mesera anota en su comanda con inestabilidad y letras grandes "ES UN LADRÓN, TRAE UNA PISTOLA" y de paso a la cocina deja el papel a un costado de la caja, mientras dice, "un americano por favor".

De reojo miró el papel el cajero  y abrió los ojos sorprendidos al leer el mensaje. Simulando que llamaba a alguien pasó a la cocina, detrás de la caja. La mesera comentaba con las tres cocineras sobre el problema. "Voy a llamar a la policía" dijo el cajero y visiblemente excitado marcó el número de la policía.

Por el teléfono celular se escuchó la voz de una mujer: "Buenas noches. Estación de policía. Le habla la oficial Martha, ¿con quién tengo el gusto?"

-Me llamo Juan, soy el cajero del café restaurante "Bon Appétit" de aquí del centro.
-Sí, ubicamos el lugar, dígame ¿en qué podemos servirle?
-Al parecer un ladrón se metió al café y está armado.
-Mantenga la calma y dígame, ¿el ladrón es uno o son varios?
-Creo que nada más es él.
-Ok, ¿el ladrón está asaltando a los clientes?
-No, todavía no, pero se ve sospechoso.
-Muy bien, en este momento doy aviso a las unidades que anden cerca, no me cuelgue. Le voy a solicitar unos datos. Le informo que esta llamada puede ser grabada para fines de calidad en el servicio y que sus datos están protegidos, usted puede consultar nuestro aviso de privacidad en triple doble u, seguridad pública punto com.

Juan canceló con fuerza la llamada y balbuceó: "pinches burócratas..." Luego le dijo a la mesera: sírvele su café. Pero ella hizo gestos de rechazo y él le insistió: "¡llévalo!".

La docena dispersa de clientes que a esa hora cenaban en el lugar no se daban cuenta de nada.

Agitada la mesera depositó el café sobre la mesa, sin importarle que lo había agitado demasiado, reteniéndose el líquido sobre el plato, cosa que no importó al cliente que tomó un sorbo. Luego, extrajo una pluma y escribió algo sobre una servilleta.

En ese momento, el ruido de las sirenas y la luz de las torretas de las patrullas acompañaron el rechinido del forzado frenón de dos dos patrullas que se pararon frente a la cafetería. Con evidente torpeza descendieron cuatro policías de cada unidad, desenfundando sus armas y apuntando hacia arriba se precipitaron teatralmente sobre la entrada del café, ante el desconcierto de los clientes.

Uno de los policías dijo: "¡Nadie se mueva, todos con las manos en alto!" Como no percibió nada extraño, dijo: "Nos reportaron un asalto."

Los clientes se miraron desconcertados y luego sonrientes, irónicos.

El hombre de negro extrajo con rapidez el arma e introduciendo el cañón en su boca jaló el gatillo.

Pero la pistola tenía seguro. Cuando se percató de este descuido ya los policías lo habían sometido.

Lo desarmaron, lo esposaron y lo metieron a una patrulla.

Un policía alto y con un vientre muy abultado se acercó a la caja, "necesito hablar con el encargado". El mesero dijo, "Soy yo". Poniendo una libreta sobre el mostrador el policía le dijo: "Voy a necesitar sus datos para levantar el informe. Me tendrá que acompañar a la comisaría. Y el cajero le constestó: "Pero no asaltó a nadie."

Un silencio incómodo se apoderó de ellos dos en medio del barullo de la cafetería.

"Cierto, además, el ladrón se metió la pistola a la boca. Si es necesario voy a regresar con usted" Le advirtió el policía.

Mientras, sobre la mesa metálica que había ocupado el hombre de negro, en ese momento nadie se percató de una servilleta que tenía escrito: "NO SE CULPE A NADIE DE MI MUERTE. TE AMO JAVIER, PERO NO PUEDO SOPORTAR QUE ME ENGAÑES."

lunes, 7 de enero de 2019

El mejor año nuevo

Me llamo Juan Pérez y el año nuevo para mí es pura hipocresía

La navidad también y todas esas fiestas ridículas que los niños no entienden y los adultos fingen.

No odio la navidad, tampoco al año nuevo, de hecho he encontrado un lugar fuera de casa donde pasarla bien.

Yo también tuve hogar, como sale en las películas: el papá, la mamá, los hijos, el perro y el árbol de navidad... pero un día la infidelidad de la mujer echó a la mierda el hogar, la familia, la mascota y el árbol de navidad y la cena de año nuevo.

Desde entonces he creído que en estas fechas hay mucho de hipocresía, pero he encontrado que en el restaurante "La Ballena Feliz" uno le da sentido a estas ocasiones.

También hay mucha hipocresía en las fiestas de restaurantes, pero lo que vale la pena en esas fechas, además de las propinas, es que, nuestro jefe, el  capitán de meseros nos deja brindar cuando se retira el último cliente.