jueves, 13 de junio de 2019

El secreto de la bipolaridad de Marichú

A mis sesenta años ya me puedo jubilar.

Pero no quiero. Todos mis compañeros maestros que se han jubilado se han muerto al día siguiente, es una regla no escrita de la vida.

Durante mis 33 años de servicio como profesor de matemáticas de una escuela pública de nivel medio superior, me han pasado tantas anécdotas, que podría escribir un libro más gordo que la biblia.

Sin embargo, ahora comparto una, acaso la anécdota que me gusta recordar con mayor frecuencia y que me sucedió apenas el año pasado.

Primero debo dejar en claro mi respeto determinante hacia las jóvenes estudiantes. He visto a lo largo de mi carrera a maestros que son unos auténticos pillos que hostigan a las alumnas o que abusan, sin que las autoridades hagan nada. Repruebo ese comportamiento deshonesto.

En segundo lugar quiero dejar constancia de que mi soltería se la debo a un amor frustrado, pero no soy gay ni misógino y si no vivo con alguna mujer es porque el daño que me hizo mi primer y único amor en mi juventud es tan profundo que, aún cuando ella ya murió, yo decidí que nunca me casaría para no volver a sufrir.

Una vez aclarado esto relataré que era el mes de julio cuando me asignaron a mis nuevos grupos.

Como sucede con las distintas generaciones, hay alumnos más vivarachos, más inquietos, de la misma manera que mujercitas más bellas o más o menos recatadas, según su educación y sus valores.

Entre uno de esos grupos me llamó la atención una alumna alta y blanca--no güera, sino blanca como mármol cuya mirada me incomodaba, pero que daba a demostrar un interés más allá de lo académico por mi persona.

Como hombre viejo, ya sin los deseos del sexo ni mucho menos con la intención de tener pareja, esa mujercita como de 17 años me empezó a cautivar, en un juego donde ella parecía el cazador y yo la presa. Me recordó algunas de mis lecturas favoritas, pero fuera de esa asociación mental no me imaginé nunca sus verdaderas intenciones.

Siempre he tenido por norma nunca saludar de mano o de besito a las alumnas y siempre he llegado muy temprano a mis clases, de modo que los lunes, miércoles y viernes--que eran los días en que yo le daba clase a su grupo a las siete de la mañana---, ella también era la primera alumna en ingresar a mi clase y sentarse hasta adelante.

La primera semana de clases no pasó nada. La segunda ella empezó a saludarme de mano. Al inicio le extendí la mano por educación y ella no me la soltó, me desconcertó y la retiré despacio y con educación. Creo que ese juego perverso donde ella tenía el control, me desconcertó. A la siguiente clase, también llegaba temprano y yo le sonreí esperando que me saludara de mano, pero ingresó al aula como si nada, vio mi actitud y se incomodó como si yo la estuviera hostigando, por lo que decidí evitar incluso, el contacto visual.

A la siguiente clase llegó temprano y se acercó a mi escritorio, me saludó con una sonrisa amplia y no me soltó la mano. Recordé la clase anterior y retiré con hosquedad mi mano. Ella se desconcertó, pero se sentó hasta adelante e intencionalmente subió su falda para dejar ver un par de hermosas y bien torneadas piernas, que apenas miré con el rabillo del ojo y me concentré en una lectura imaginaria para no causar problemas.

La clase siguiente también llegó temprano y la miré como si fuéramos cómplices, pero encontré en su actitud un rechazo total, su rostro amable y alegre era ahora una máscara de hosquedad y así sucesivamente. Una clase bien, otra clase mal.

Para evitar ese conflicto determiné no volver a darle la mano nunca y evitar sus insinuaciones mientras ella estaba de buen humor. Se dio cuenta de mi actitud y evitó durante un tiempo saludarme de mano, aunque noté que algunas veces con toda la intención se hacía la descuidada al sentarse mal para mostrar más  debajo de su falda, por lo que pude notar una pequeña cicatriz arriba de la rodilla derecha en su entrepierna.

Con el paso del tiempo me acostumbré a su locura literal. Esta persona es bipolar dije y continué como si nada, cuando me saludaba decidí saludarla y cuando no me miraba, decidí no mirarla también.

Debo confesar que, además de su bipolaridad, también tenía un problema de conocimientos, pues cuando era alegre no era muy buena alumna y cuando era hosca era una alumna muy avanzada. Cosas de mujeres, pensé, así que no le dí ninguna importancia a estos contrastes.

En una ocasión, cuando llegó con su actitud intolerante, se sentó de mala gana hasta adelante, pero en una silla que tenía flojos los tornillos, de modo que se resbaló hacia adelante con el plástico del pupitre, cayendo estrepitosamente de sentadillas al suelo, mientras la estructura metálica era empujada hacia atrás. Con rapidez me acerqué para ayudarla a levantarse y por su posición no pudo  cerrar las piernas, por lo que pude notar que no tenía la cicatriz que ya le conocía.

Apenada, sonrojada y furiosa se incorporó con mi ayuda y se retiró del salón, ante la risa brutal de sus compañeros de grupo. Ese día ya no regresó a mi clase, pero a la siguiente clase, llegó nuevamente sonriente y amable y yo puse la mayor atención para ver su cicatriz. Ella notó mis ansias por ver sus piernas y no tardó en mostrarlas, por lo que pude comprobar que la cicatriz seguía allí, terrible, como un borde cosido de carne rosada en aquel fondo pálido de su piel.

Es seguro que haya notado mi desconcierto por la sorpresa que tuve al mirar sus piernas, porque las cerró con rapidez.

La clase siguiente su hosquedad se modificó por una evidente preocupación por mantener cerradas las piernas de manera inconsciente y con cierta regularidad bajaba más su falda evitando mostrar lo más mínimo.

Ese día no pude dormir. No era posible que un día tuviera una cicatriz y otro día no. Una cicatriz de ese tipo no desaparece de la noche a la mañana, así que empecé a esbozar diversas teorías y anoté en mi libreta de apuntes los rasgos de la bipolaridad de Marichú.

A partir de ese momento cambió la relación de poder, yo empecé a recuperar el poder. Marichú alegre se volvió más seria y Marichú hosca se volvió más preocupada, incluso pasó de ser la alumna más puntual, a ser la alumna más retardada. Algo no andaba bien y decidí encontrar el motivo.

Llegó el fin del curso y le pedí hablar a solas. Era uno de esos días en que se mostraba muy alegre.

Fui directo:

- Oye hija, he estado pensando que tienes actitudes muy contrastantes, pero previsibles.
- ¿Qué quiere decir?
- Estoy diciendo que ya descubrí tu secreto.
- ¿En serio?
- Claro.
-¿Cómo se dio cuenta?
- Por la cicatriz.
- Lo sospeché... ¿y ahora? ¿me va a expulsar?
- No, todo quedará entre nosotros, si es que nadie más se ha dado cuenta.
- No creo.
- Solo quiero recomendarte una cosa.
- Diga.
- O eres siempre simpática o eres siempre gruñona, esa es otra diferencia.
- Cierto.

La invité a salir del salón vacío, extendiendo el brazo para que ella pasara primero. Se acercó a mí con decisión y me dio un beso en la boca que sacudió todo mi ser. Me quedé sorprendido y sin hacer nada. Luego se paró en la puerta del salón y me dijo "Muchas gracias, profe. En todos estos años de vida es la primera vez que alguien se da cuenta, pero esto sucede únicamente con matemáticas y física. Tomaré mis precauciones y me pondré de acuerdo con mi hermana gemela."

jueves, 23 de mayo de 2019

Un atisbo al clóset de la cultura nacional

Guadalupe Loaeza hizo una interesante compilación de homosexuales destacados en su libro "En el Clóset"(Ediciones B, México, 2011), con un excelente prólogo de Marina Castañeda.

Aunque abarca a destacadas personalidades de diversos países del mundo, menciona a muchos  mexicanos de la historia contemporánea, que son los que se reseñan aquí.

Cita a Amelia Robles Ávila, una mujer que nació en 1889 en Xochipala, Guerrero y que murió en 1884 y que alcanzó el grado de coronel al pelear al lado de Emiliano Zapata, pero asumiendo siempre un rol de hombre por lo que cambió su nombre a Amelio Robles.

Amelio tuvo varias esposas y adoptó una  hija. Dicen que era muy noviero. En las postrimerías de su vida el Ejército Nacional la reconoció como "Veterano de la Revolución", así en masculino y solo hasta su entierro pidió que la enterraran con vestido de mujer.

Habiendo colaborado con Emiliano Zapata es probable que las maledicencias sobre su condición sexual hayan alcanzado al General, por lo que en día algunos dicen que Zapata era gay--si hubiera existido algo entonces todo fue normal porque Zapata era hombre y Amelio aunque vestido de hombre, físicamente era mujer--- y fuera de eso no hay nada ni nadie que ponga en duda la hombría del General.

Otro caso que cita Loaeza se refiere al "Baile de los 41", que un 17 de noviembre de 1901 causó un escándalo nacional porque la policía descubrió un baile de homosexuales disfrazados de mujeres que organizaban una fiesta en la colonia Tabacalera de la Ciudad de México. Muchos lograron escapar ante la redada policíaca y los que no, fueron castigados con trabajos forzados. Según se comenta, se hizo todo lo posible por no mencionar el nombre de un participante de esa fiesta que el estado porfirista se esmeró en proteger y ocultar: Ignacio de la Torre, el esposo de Amada, la hija de Don Porfirio Díaz.

Algo parecido ocurrió en Oaxaca hace algunas décadas, en una casa se organizó una fiesta de damas, cuyo ruido, pleitos y escándalo hizo que los vecinos llamaran a la policía. Cuando oyeron las sirenas de las patrullas, las damitas empezaron a huir de aquel domicilio, con sus zapatillas en las manos y a algunas se les cayó la peluca, lo que favoreció identificarlos, eran juniors disfrazados de mujeres.

Uno de ellos escaló la política oaxaqueña reciente llegando muy, muy alto. Hasta ahí la historia.

Otro personaje destacado es la "Abuelita del Cine Mexicano" doña Sara García, quien sí se casó y tuvo una hija, pero el hecho es que después de haber enviudado joven, se juntó hasta su muerte con amiga de la infancia, por lo que algunos suponen que salió del clóset. Independientemente de esas suposiciones, un detalle habla del carácter y la convicción de doña Sarita: a los 39 años se hizo extraer todos los dientes para parecer una abuela y así ganar la interpretación de un personaje de la tercera edad, mismo que estuvo representando con mucho éxito hasta los 85 años, cuando falleció.

Una gran sorpresa significó para mí conocer que Arturo de Córdova, el galán del cine mexicano haya sido homosexual y que vivió muy discretamente con su pareja Ramón Gay, quien tuvo el infortunio de morir por una bala que disparó un General celoso que lo confundió con el amante de su mujer. Esa sí fue una tragedia de película.

Más conocida y tolerada fue Chavela Vargas, noviera y trovadora, que aunque nació en Costa Rica, siempre se identificó como mexicana y es todo un ícono de la cultura nacional.

Otro artista destacado fue Juan Gabriel, que tuvo varios hijos y cuya homosexualidad fue creciente hasta sus últimos días, como su talento.

Por el lado de la cultura se distingue el pintor Jesús Reyes Ferreira, mejor conocido como Chucho Reyes, quien replicó la historia de los 41 en Guadalajara, Jalisco, nada más que él si fue detenido en una fiesta gay. Por su talento es considerado una de las grandes instituciones culturales de la época.

El gran arquitecto mexicano Luis Barragán también fue un homosexual que ocultaba sus preferencias sexuales enamorando a decenas de mujeres y abandonándolas siempre.

También el gran pintor jalisciense Juan Soriano, destacado y reconocido hombre de las artes nacionales, perteneció a este gremio.

Con más reticencias y mejor oculto, se mantiene el escritor dominicano Pedro Henríquez Ureña, que forma parte de la cultura nacional. Dice Loaeza que la falta de información precisa sobre esta situación se debe a la represión contra la homosexualidad, que hasta años recientes existía en República Dominicana.

Carlos Pellicer, el gran "Poeta del Trópico" y museógrafo, siempre evitó estridencias en su condición sexual: era muy recatado.

Al jalisciense y destacado médico Elías Nandino lo descubrí primero como poeta y el interés por conocer quién estaba detrás de esa poesía descubrí que se trataba de un homosexual activo y que alguna vez dijo que él era más hombre por someter a los hombres.

Don Jaime Torres Bodet fue poeta y una de las grandes figuras de la cultura nacional, y según cuenta Guadalupe Loaeza, fue siempre un homosexual de clóset, aunque era de los que secretamente se enredaba con soldados. Con el paso del tiempo, algunos soldados llegaron a ser importantes funcionarios y coincidieron con él en el gabinete. Así es la vida.

Continuá el libro con el poeta Xavier Villaurrutia y el escritor Salvador Novo, cuyas memorias bajo el título "La Estatua de Sal", publicado 25 años después de su muerte, es una confesión biográfica que salpica a muchos distinguidos hombres cultos de la época y permite conocer el estado del arte de la homosexualidad en el México de esos días. Al parecer Salvador Novo elevó a virtud la condición del ser homosexual, bajo la inspiración intelectual.

Cierra finalmente Soledad Loaeza, tratándose de los homosexuales mexicanos, con el escritor Carlos Monsiváis, un gran defensor de los derechos sexuales y la no discriminación. Honestamente, hasta la fecha, es poco conocida la vida sentimental del maestro Monsiváis, que seguirá siendo un pendiente hasta que probablemente algunos escriban sobre él en sus propias memorias, en caso de que haya algo interesante.

Guadalupe Loaeza ha hecho un interesante libro escrito de manera amena y con la medida justa para echarse un clavado como observador en el clóset de la cultura nacional. Es probable que falten muchos, pero eso se sabrá con el tiempo.

miércoles, 8 de mayo de 2019

Historia de un perro que metieron a la cárcel

San Francisco Lachigoló es un pequeño municipio que colinda con el famoso municipio del Árbol del Tule en Oaxaca.

Debe su nombre al patrono San Francisco de Asís---sin duda el primer santo que llamó "hermano" al lobo--  y que hoy ha trascendido a nivel global porque la autoridad municipal ha encarcelado a un perro.

Por estos días de mayo, un apacible cuadrúpedo de oficio callejero husmeaba en busca de alimento por las tranquilas calles del municipio, hastiado por el calor y por llevar días sin comer y lo peor, sin beber agua porque los vecinos han perdido la buena costumbre de ofrecer agua a los animales de la calle.

Cualquiera que lo observara podría calificarlo como un costal de huesos que conservaba milagrosamente el equilibrio, ya que sus costillas eran detenidas apenas por una dura envoltura de piel en la que el ombligo se le pegaba al espinazo.

A pesar de tener la virtud de un poderoso olfato, de contar con un oído extraordinario y una visión infrarroja para ver en la obscuridad, aquel mejor amigo del hombre no tenía qué comer y con las altas temperaturas, francamente ya estaba perdiendo la paciencia.

Por casualidad, en ese momento, un hombre que caminaba preocupado y concentrado en sus problemas bajo el agobiante sol del mediodía estaba de mal humor y caminaba distraído cuando casi choca con el perro famélico, de modo que con toda la fuerza de sus problemas le propinó una patada al tiempo que le gritó: "¡Sácate, perro!" para quitarlo del camino.

El perro no vio que se trataba de un humano, sorprendido por el costado reaccionó ante la sombra que lo agredía y por instinto se defendió deteniendo aquella amenaza que resultó ser la carnuda pierna del sujeto preocupado y patea-perros.

Un miedo atroz invadió a ambos. El perro soltó con rapidez a su víctima y el sujeto no podía creer lo que acababa de suceder, pues mientras caminaba pensaba que lo último que le podría pasar ese día es que lo orinara un perro, pero no que lo mordiera. De inmediato pidió ayuda y los vecinos solícitos llamaron a la policía que llegó de inmediato.

El perro estaba agazapado y temeroso. No era su intención morder al humano, simplemente se defendió en un contexto de un mal día. Pero eso no importó a la policía que cuando miró al hombre sosteniéndose la pierna, preguntó que quién lo había lastimado y el sujeto señaló al perro.

Motivados por la demanda de eficacia en la actuación policíaca, los valerosos hombres de la ley se miraron desconcertados y llamaron al comandante, que ante la inusual pregunta de qué hacer con un perro agresor no tuvo más remedio que conferenciar con el presidente municipal, quien de manera determinante les dijo: "pues deténganlo, luego averiguamos".

De este modo, la policía subió a la patrulla al perro temeroso que solo entendía la actitud también temerosa de los policías que, con todas las precauciones ante su alta peligrosidad, lo encerraron en la cárcel municipal.

Cuando el alcalde preguntó el motivo de la detención, los policías dijeron: "Tenemos un sujeto canino que fue detenido en flagrancia mientras mordía de una extremidad a un masculino encontrado en posición fetal manifestando harto dolor por una lesión en la extremidad inferior derecha a la altura de la pantorrilla".

Como San Francisco Lachigoló es un municipio de usos y costumbres, el presidente municipal convocó a una reunión urgente de cabildo en donde los regidores concluyeron que mientras se encontraba el fundamento para sentenciar al animal, se le debía detener con carácter preventivo y con privación de alimentos por mordelón.

Un médico de la comunidad que atendió a la víctima, señaló que en lo que va del año en Oaxaca más de mil personas han sido mordidas por perros y que según el último informe de Vigilancia Epidemiológica de la Secretaría de Salud, en el país se han registrado más de 33 mil personas mordidas, por lo que los perros se están convirtiendo en el peor amigo del hombre.

El síndico municipal, sin embargo, señaló que aquel animal podría contar con un defensor de oficio, pero dado el burocratismo consuetudinario de la defensa legal gratuita, ésta podría tardar varios meses en llegar al municipio, previo pago de pasajes, viáticos, alimentos y hospedaje.

Y así, mientras el ayuntamiento deliberaba sobre el procedimiento legal para enjuiciar a un perro hambriento que mordió a un hombre de mal humor en un día de calor infernal, a los que el destino los unió en una mala hora, la población se percató que los policías comunitarios eran muy buenos para detener animales, mientras que a los hombres amantes de lo ajeno, simplemente no los enfrentan o cuando los detienen los dejan libres de inmediato, por lo que se organizó una asamblea comunitaria en la que se determinó impulsar la defensa de los derechos de los animales.

Hoy la población está dividida: hay quienes exigen que se le aplique la pena capital al perro hambriento que se defendió de una amenaza; y por otro lado, la mayoría de los ciudadanos pide que se encarcele a los policías por andar deteniendo animales y no a personas delincuentes.

Mientras el pobre perro lamenta su mal día, la población politizada ha emprendido una campaña global para solicitar su libertad, pero nadie se apiada para llevarle un pedazo de alimento o un poco de agua, incluso, si lo dejaran libre, nadie se atrevería a adoptarlo, al menos hasta el momento, ya que ahora es un perro con antecedentes penales.

lunes, 29 de abril de 2019

Un cuento corto de terror

Al regresar a su recámara encontró a un hombre acostado abrazando a su mujer, furioso lo agredió, pero luego se percató que era su propio cuerpo que yacía muerto junto a su esposa dormida.

viernes, 5 de abril de 2019

Un motivo para vivir















(Ilustración generada por Bing)

Parece que los hombres morimos primero que las mujeres.

No sé si sea cierto o no, pero me consta que muchos de los amigos y conocidos están muriendo antes que sus esposas.

El promedio de vida aquí es de 76 años para los varones. Las mujeres nos ganan por otros tres años más. Con esta consideración, ya estoy robando aire. Ya me pasé cuatro años y es inminente mi muerte.

Escribo esto en mi diario en la terminal de autobuses.

Cada mañana desde que cumplí 76 años lo primero que hago al despertar es pellizcarme el brazo, dejándome por lo general un moretón que me recuerda que estoy vivo. Luego toco la puerta del vecino para preguntarle la hora y la fecha. Mi vecino me cree loco, pero él o alguno de sus numerosos familiares salen divertidos a confirmarme esos datos, que yo tacho en mi calendario de bolsillo y con eso me aseguro que efectivamente transcurren los días y los meses, pero más bien es para reportarme y decirles "señores, sigo vivo", porque el día en que no me vean podrían buscarme y seguramente encontrarán mi cadáver en mi departamento.

Tener 80 años y vivir solo es todo un reto, pero te acostumbras.

Nunca me casé. La única vez que me atreví a declararle mi amor a una mujer fue cuando cumplí cincuenta años. Ella tendría unos veinte años menos que yo y era una indígena delgada y morena que trabajaba en la casa del dueño de una ferretería. Me escuchó con educación y me respondió con franqueza que estaba esperando el regreso de Estados Unidos de su novio de la juventud. 

Eso fue hace treinta años y la pobre infeliz sigue esperando hoy en día a su novio.

Soy asexual, pero no soy homosexual ni misógino. 

Motivado más por la curiosidad que por el deseo, perdí mi virginidad a los treinta años con una prostituta joven y no muy agraciada. 

Recuerdo que el condón corriente que compré en el motel se rompió, aunque al principio no me dí cuenta, por el nerviosismo o la calentura. 

Viví angustiado día y noche, ante la posibilidad de tener Sida o de haber embarazado a esa mujer. 

Fui a buscarla al mes siguiente. Le comenté mi preocupación por el posible embarazo. Ella soltó una carcajada y dijo: "Me acuerdo de ti porque eres la única persona que me ha hecho alcanzar siete orgasmos en una sola sesión, eres bueno,  pero no me puedo embarazar porque ya estoy ligada desde hace años".

Me alivió su respuesta respecto a la imposibilidad de un embarazo, pero seguí preocupado por el Sida y en mi tormentosa soledad me imaginaba que cada signo, cada síntoma raro en mi salud eran el preludio de una muerte irremediable.

En cierta ocasión un compañero de trabajo necesitaba sangre para una operación, me ofrecí como donante. Después de las pruebas salí limpio. 

Con esa noticia se acabaron varios años de angustia sobre el Sida, que hasta en los sueños y pesadillas me perseguía.

Desde hace cincuenta años no he tenido sexo. Siempre me ha parecido sucio masturbarse y en mí simplemente no nace el deseo, pero últimamente estoy cambiando porque en las mañanas, sin provocarlo, amanezco como semental listo para la acción.

Vivo de mis ahorros y de mi pensión como administrativo de una dependencia de gobierno que ya desapareció con el salvaje populismo. Con el tiempo cada vez me sorprenden más las torpezas de los gobiernos, pero ahora todo eso me importa un comino. 

Me transfirieron como si fuera un mueble a otra dependencia, donde me jubilé a los 65 años y desde entonces salgo una vez al año de vacaciones. 

Viajo en temporada baja cuando los precios son más baratos y hay menos gente en los destinos turísticos.

Ahora, por ejemplo, estoy convencido de que mi lugar está en la playa, a donde regresaré en cuanto aborde en un rato más el autobús.

Recuerdo el día en que llegué allá. 

Me hospedé en un hotel de tres estrellas y fiel a mi costumbre, busqué un comedor alejado de la zona turística. Visité varias cocinas económicas, la mayoría, improvisadas en domicilios particulares.

Ingresé a la sexta  opción, no por el menú sino porque a esta edad me canso más rápido y soy menos tolerante con el sol y con las personas y el dolor de las rodillas ya comenzaba a advertirme para frenar mi excursión.

El lugar me gustó. El techo de palma y sus paredes de carrizo generaban un ambiente fresco, en una extensa zona rodeada de platanales.

En la entrada se emplazaba el área de cocina. Escogí la mesa del fondo que coincidía con una salida hacia otro patio más pequeño, dividido por una cerca de carrizo y una improvisada puerta de madera.

Por algún descuido la puerta estaba despegada y sobrepuesta tratando de tapar la vista, pero a pesar de eso, yo podía ver directamente hacia afuera y distinguí una tina grande de metal debajo de un frondoso y cargado platanal.

La señora que atendía el lugar me ofreció el menú de temporada, pero preferí unos huevos a la mexicana con un café. La doña, como de sesenta años, se sorprendió y me dijo, "Nadie toma café aquí con este calor infernal", pero accedió a preparar un poco.

Mientras ella lo preparaba, yo me distraía mirando la puerta que da hacia el platanal. Parecía una pintura hermosa de la naturaleza con un piso de arena maciza, con una tina metálica adornada de manchas de óxido por su antigüedad, junto al vigoroso platanal verde intenso, del que colgaban pencas de plátanos verdes.

Gozaba de ese paisaje cuando una sombra se atravesó con rapidez.

Esa misma figura volvió a pasar y se paró justo de espaldas hacia mí.

Por la gran abertura que dejaba la puerta, pude ver con precisión a una mulata joven de frondosas formas. 

Se agachó impúdicamente para tantear dentro de la tina, dejando ver por abajo de su vestido, el lugar donde se divide una diminuta y morbosa tanga de encaje rosa.

Se escuchó cómo se agitaba el agua dentro de la tina, seguramente estaba midiendo la temperatura, pero la sola impresión de su trasero perfecto dirigido involuntariamente hacia mí, me aceleró los latidos del corazón, al punto que creí que esa taquicardia pudiera ser el fin de mis días.

Como la mulata parecía disfrutar del agua, sin percatarse de mi presencia, permaneció un ratito así, inclinada sobre la tina.

Una molestia incomoda que crecía dentro del pantalón me hizo recordar que seguía vivo. Hacía muchos años que no era consciente de mi virilidad, o al menos no con esa fuerza.

Con total inocencia la mulata se desnudó y se paró dentro de la tina, de espaldas a mí. Nunca había visto a una mujer desnuda y con formas tan hermosas. La piel le brillaba como si estuviera bañada en aceite y se le notaba más clara en las partes que le cubren con regularidad el sostén y las pantaletas.

Parecía una gacela que se movía con gracia en un chapoteadero. El cabello rizado y recogido con una liga guardaba semejanza con su estrecha cintura, que terminaba en una pendiente de un vientre plano y macizo y cuyo tronco se prolongaba en el abultamiento de unos muslos anchos y vigorosos como de yegua en celo.

Disfrutaba el baño y tocaba con delicadeza y coquetería cada parte de su cuerpo. 

Se veía confiada, seguramente porque el platanal que daba hacia el monte le creaban una cortina natural hacia el otro lado.

Temí que la señora de la cocina se fuera a dar cuenta, pero estaba concentrada en el extremo del local preparando el almuerzo.

La mulata se agachó para tallarse las pantorrillas, mientras yo  contemplaba con atención todos sus movimientos. 

De pronto un dolor agudo e impredecible me comprimió el estómago. Así me pasa cuando sufro una emoción muy fuerte. La afectación tarda en pasar pero es muy molesta. 

Mientras la chica se tallaba con una fibra de zacate por el cuerpo y se agachaba de espaldas sin percatarse de mi presencia, mis ojos empezaron a lagrimear sin que yo pudiera evitarlo, al tiempo que una humedad pastosa con un intenso olor a cloro, como si me hubiera orinado, mojó mi pantalón.

Estaba adolorido y la exitación desapareció por el malestar que quemaba mis entrañas. 

La voz de la señora de la cocina me advirtió del peligro de aquella situación, pues gritó: "¡Keniaaaa, vete a la tienda por un cartón de blanquillos!"

Fue en ese momento cuando vi el perfil precioso de la mulata de  frente redonda y su alargado cuello y de senos pequeños como conos macizos que desafiaban la gravedad.

La joven contestó con una voz angelical: "¡Ya voy, espéreme tantito!" Nuevamente se agachó para coger el agua con una bandeja mostrando los secretos más profundos de su intimidad. Repitió la operación cuatro veces y sin voltear por ningún motivo hacia el interior de la palapa.

Temí que ese momento pudiera ser el último de mis días por esa  tormentosa emoción que me causaba placer y dolor.

Salió de la tina y con delicadeza secó su cuerpo de diosa egipcia. 

Amarró la toalla sobre la cabeza  y se puso las bragas de encaje rosa, diminutas y eróticas y un sostén del mismo tipo y encima su vestido de una sola pieza, corto, sin mangas, de color rojo.

Metió sus pequeños pies en unas groseras sandalias de plástico y removió la destartalada puerta para ingresar a la palapa sorprendiéndose de encontrarme ahí. 

Empujó la puerta con enfado, que termino por caerse y sin mirarme se alejó en dirección del área de cocina.

De cerca era de estatura más baja  que la mía y su vestido la hacía verse delgada, ocultando la bondad de sus formas pronunciadas. 

Sonreí, disimulando el dolor de  estómago y la exitación que me había provocado. "Buenos días",  dije. La mulata me oteó mientras se alejaba, su mirada de felina agredida se contuvo y contestó con un desganado "Buenos días". 

Habló con la patrona, salió y regresó rápido con un cartón de blanquillos y otros artículos en la mano. 

La señora le ordenó: "Llévale el café al señor en lo que preparo los huevos." Y la mulata aquella con sus  movimientos graciosos se acercó y aproveché para preguntarle, empapado en sudor, "¿Cuántos años tienes, hija?" 

Ella no mostró ningún interés en mi persona ni en mi pregunta, concentrada en limpiar la mesa de plástico y acomodar el café, las servilletas y un plato con panes. 

Cuando terminó sentí su mirada penetrante pero hermosa, ya que abrió sus enormes y limpios ojos con una energía que me intimidó, como reprochándome y con voz firme y determinante me contestó: "Tengo diecinueve años, señor".

La voz grave de la patrona se dirigió hacia nosotros dos, "No es cierto Kenia, ya cumpliste los veinte. Eres Acuario, como yo."

Bajé la cabeza disimuladamente mientras la morena le echaba unos ojos de fuego a la patrona, que después supe se llamaba Zenaida.

Después de almorzar me retiré y todo el día y toda la noche no pude conciliar el sueño, ya que el recuerdo de su desnudez me atormentaba como una fiebre intensa de ansiedad y deseo.

Mi propósito inicial para esas vacaciones era quedarme dos noches y tres días en esa playa. Pero al día siguiente cancelé mi hotel y fui a una casa cerca de la cocina económica de la mulata, en la que un letrero pequeño anunciaba la renta de habitaciones para turistas. 

El lugar tenía lo básico, pero estaba limpio y eso para mí era suficiente. Ya no me importaba quedarme tres días, mi presupuesto me daba para medio año. Así que me dejé llevar por la poderosa energía que me acercaba hacia aquella joven desconocida.

Durante ese tiempo hice del comedor de la mulata, mi espacio favorito, al que asistía diario para desayunar y comer y con el único propósito real de disfrutar la presencia de aquella chica. 

A la semana, Kenia accedió a salir conmigo al parque, con el permiso de la patrona. Nunca le pregunté nada personal. El solo hecho de convivir con ella me llenaba. 

Le compré un helado y me dí cuenta que pese a su cuerpo desarrollado y sus escasos veinte años, en realidad no dejaba de ser una chiquilla que se emocionaba con el canto de las aves, con el color de las flores y con las historias improvisadas que le contaba.

Hasta entonces me dí cuenta del bagaje cultural que tengo porque para todas sus preguntas tenía yo una respuesta muy sólida. Bueno, la verdad es que también hacía preguntas muy sencillas de cultura general: "Por qué el mar es azul?", "¿Qué son las estrellas?", ¿Cuál es el propósito de la vida?"... 

Salimos a pasear cuatro fines de semana y en ninguna ocasión nos acompañó Zenaida, no quiere, no le gusta.

Kenia habla poco, pero sus argumentos son lógicos, sencillos y concretos. Le fascina el mar al que se imagina como un ser poderoso y respetable. "El mar tiene vida, el agua tiene inteligencia y camina y se junta y comunica con más agua. El agua conoce todos los secretos de las personas y es difícil engañarla."

Me dí cuenta que los escasos comensales que visitaban el lugar lo hacían atraídos por la mulata, pero ella se comportaba con bastante educación y no se prestaba a las pretensiones de sus admiradores, que se retiraban vencidos. 

Durante ese tiempo me preocupaba diariamente que se fuera a repetir el baño junto al platanal, pero nunca volví a ver la tina en ese lugar.

El día en que se cumplió un mes de mi estancia y acercamiento a Kenia, no la encontré. Su ausencia me desquició. 

Fue uno de los días más tristes de mi vida. Me llené de celos. Me imaginé mil cosas: que probablemente había huido con el novio secreto; que algún barbaján la había seducido;  que la habían secuestrado los tratantes de blancas; que había renunciado a todo aquello y a mí para ir en busca de mejores horizontes. 

Y así me invadían miles de sinrazones y otras locuras sin fundamento. 

Triste y decepcionado decidí marcharme para siempre de aquel lugar que ahora me parecía amenazador y deprimente. 

Un sentimiento de muerte me abrazó con fuerza y yo me dejaba arrastrar por la inercia de la edad y ese fracaso amoroso. 

"Yo no nací para el el amor, el amor no nació para mí. Moriré como una planta marchita en un terreno abandonado" y así me invadían sentencias que imaginaba escritas en la lápida de mi tumba. Tomé la decisión de largarme con valor y resignarme a ese amor imposible. Ya nada me importaba.

No le pregunté nada a Zenaida y ella, percibiendo como toda mujer las intenciones de los hombres, notó mi actitud por la ausencia de su hija. Me contuve de preguntarle por ella.

La clientela del día que llegaba y abandonada el lugar, también parecía desencantarse por la ausencia de la joven.

Apiadándose de mi angustia Zenaida fue llevando la plática hacia la chica. 

Habló de las personas que no tienen hijos, de la importancia de tener una pareja y terminó contándome que la mulata era virgen y que a veces se imaginaba que era lesbiana porque nunca había aceptado a ninguno de sus muchos pretendientes. 

Que la joven había estudiado hasta el cuarto año de primaria porque reprobó el primer grado dos años; reprobó el segundo grado un año, el tercer año lo pasó de milagro, con ayuda de la maestra, y cuando ingresó al cuarto año, sufrió un intento de abuso sexual por parte del profesor, por lo que ella nunca quiso regresar a la escuela. 

Zenaida me confesó también que la madre de Kenia era una negra preciosa y joven de ojos verdes, que vino de algún lugar desconocido y que encontró apoyo de hospedaje y alimentación en esta cocina económica. Que se dedicaba a trabajar como mesera en los bares de la zona turística y también bailaba desnuda y se prostituía en la temporada alta de vacaciones.  Que en una borrachera resultó embarazada de un desconocido y varias veces estuvo a punto de abortar. Pero Zenaida la apoyó y costeó el nacimiento de la bebé.

Así nació Kenia. Apenas a los nueve meses de nacida su mamá desapareció, algunos dicen que escapó con un marino sudamericano y otros dicen que se suicidó después de una noche brutal de drogas y alcohol, pero nunca encontraron el cuerpo. Como sea, hace casi veinte años que no se sabe de ella. Zenaida, con unos cuantos pesos corrompió al oficial del registro civil y de este modo pudo registrar a Kenia como su hija. 

"¿Por qué le puso el nombre de Kenia?" le pregunté. 
Sin pensarlo, Zenaida me contestó que así se llamaba su madre, "Kenia".

Guardé silencio, estaba angustiado y triste. Caí en la cuenta que nunca había reconocido mi realidad, un viejo con un pie en la tumba jamás podría aspirar al amor de una mujer joven y hermosa como Kenia. Estaba angustiado porque ella no aparecía y me generaba los pensamientos más escabrosos y un sentimiento profundo de tristeza me invadió porque aquella relación no tenía futuro y sin remedio llegaría a su fin en este momento.

Sin embargo, un sentimiento de sobrevivencia rompía como un resquicio el muro de mi abandono. Imaginé que podría enamorar a Zenaida y que con ese motivo me quedaría a vivir con ella y así gozaría de la cercanía de Kenia, a quien podría querer como la hija que nunca tuve. Pero Zenaida, que se ve que en sus mejores años fue una mujer hermosa, no mostraba ningún interés por mi persona. "Estoy demasiado viejo para cualquiera", pensé.

Algo también animaba a Zenaida que no dejaba de hablar. Me contó  su propia historia; que tuvo tres hermanos, de los que dos migraron a Estados Unidos y nunca más se supo de ellos; el tercero y más chico se enroló en el crimen organizado y no sobrevivió. Se sabe de su muerte, pero el cuerpo nunca ha aparecido. 

Ella no se casó porque se quedó a cuidar a su madre de edad avanzada cuando quedó viuda. A la muerte de su madre  vendió la mitad de la enorme casa y abrió este pequeño comedor.

Después nació Kenia y ella la adoptó. En esa parte una expresión de tristeza invadió su rostro y su voz y expresó que está consciente de que chamaca se irá algún día, cuando encuentre al amor de su vida. Que la dejará ir para que tenga hijos y construya su propia familia, pues no quiere que se queda sola en la vida.

Me la pasé bebiendo cerveza, aunque yo no tomo alcohol. 

Eché unas monedas en la rockola y escogí  música del Acapulco Tropical y algunas canciones de mis tiempos, de Bienvenido Granda, Daniel Santos y algo de Compay Segundo.

Los rayos del sol del atardecer se filtraban por los carrizos de la palapa, haciéndome recordar la mañana en que por vez primera ví desnuda a la mulata y que fue el comienzo de mi tragedia actual.

Estaba sentado en la mesa de la primera vez y me dí cuenta que la puerta que da hacia el patio del platanal, ya tenía una cortina de trapos cosidos como un rompecabezas de colores, por lo que ahora sí no se podía ver nada. Estoy seguro que los cosió Kenia, con sus dedos delgados y hermosos. 

De manera inconsciente elegí en la rockola la canción de "Tres Palabras", compuesta por el cubano Osvaldo Farrés e interpretada por la extraordinaria voz de la también cubana Omara  Portuondo.

"Oye la confesión de mi secreto/nace de un corazón que está desierto. Con tres palabras te diré todas mis cosas/ cosas del corazón que son preciosas/ Dame tus manos, ven toma las mías, que te voy a confiar las ansias mías/ Son tres palabras, solamente mis angustias y esas palabras son "¡Cómo me gustas!"... 

Al compás de la melodía me prometí que si un día Kenia fuese mía, la llevaría a Cuba, solo para respirar los paisajes que motivaron esa canción y junto al mar caribe, allí en medio de la brisa, bajo la puesta de sol del atardecer, se la cantaría, abrazándola con fuerza para que no se vaya de mí. Aunque después me enteré que el compositor cubano escribió en México esa canción en un par de minutos a una actriz muy hermosa que lo retó a componer una canción con tres palabras. 

El coro de la canción me hacía imaginar a Kenia bañándose bajo el platanal en una orgía de colores y formas de la naturaleza. Sus preciosos muslos, su vientre plano, la imagen impactante de su trasero redondo y generoso con el triángulo de su vida como fruta prohibida que nunca iba a probar.

Me quedé dormido un rato y es la primera vez que no soñé nada. Fue como caer en un vacío oscuro que me llevaría tal vez a la muerte.

El diálogo de una pareja que movía las sillas para levantarse y retirarse del lugar me despertó. Quedaban tres comensales que empezaron a retirarse gradualmente y yo imaginé que también se habían convencido de la pérdida de aquel amor ingrato. Pensé que por mi edad, al menos no sospechaban que el que más sufría por su ausencia era yo. 

Aunque ya estaba decidido a marcharme, algo me lo impedía.

Ordené de cenar unos tacos de lo que sea, solo por hacer tiempo. 

Zenaida me dijo, "Ay, mi rey padre, te voy a preparar unos tacos como jamás los has probado en tu vida. Es una carne que tiene un secretito".

Imaginé tacos de machitos o de criadillas de toro o alguna especie salvaje, ya que por estos rumbos la gente come iguana, víbora, armadillo y otras carnes exóticas.

Olía medio extraño, pero se veían sabrosas las tortillas humeantes con una salsa "macha" típica de chile costeño seco y aceite y no como esos horrendos inventos donde le ponen ajonjolí y cacahuate.  

¿Qué carne es? Le pregunté.

Zenaida me contestó, "¿Qué no hueles?" ¡Es la nana de la vaca!" 

Según ella esa carne proporciona una fuerza sexual descomunal ya que proviene de la matriz del animal, además de oler naturalmente a sexo de mujer. 

Me causó gracia esa comparación y me comí los tacos, que al inicio me supieron a medicina y luego, por el olor penetrante que según Zenaida era como el del sexo femenino, me imaginé que estaba comiéndome las partes íntimas de Kenia. 

Los tacos me supieron a gloria, bueno a Kenia.

Resignado a la ausencia de la mulata me percaté que de la misma manera como había cultivado la amistad con Kenia, había generado una extraña amistad con Zenaida. 

Viejos los dos, teníamos el mismo lenguaje y apreciación de la vida. Aunque me parecía que Zenaida tenía una tristeza profunda, a pesar de que se mostraba optimista. 

Como caía la noche y Kenia no aparecía, decidí que era la hora de ponerle fin a esa mentira y pedí la cuenta, pagué y me volví a sentar.

Estaba indeciso. Respiré profundo y justo cuando decidí mandar todo al diablo por la ausencia de la mulata, un taxi se estacionó afuera del lugar y de éste descendió Kenia, juvenil, con un vestido corto de una sola pieza de color violeta, llevaba un paño atado a la cabeza que le recogía el cabello y dejaba lucir unas arracadas que podrían ser de oro. Se veía sensual, juvenil y podría jurar que olía a la nana de los tacos.

Zenaida le preguntó: "¿Por qué tardaste tanto? Ya me tenías preocupada."

Kenia contestó: "Compré las cosas que me encargaste y pasé a la estética, pero tenía mucha gente y pues me tardé más."

El taxista empezó a bajar varias cajas y bolsas de mandado. Kenia me miró y su sonrisa directa y expresiva me contuvo. "¿Todavía está aquí?" exclamó. Yo abrí los brazos como recibiéndola todo mareado y sólo pude exhalar un gruñido, por las cervezas y la emoción.

Ella lanzó una carcajada y me cuestionó: "¿Tomó y no me invitó?" Sonreí como idiota y le pedí con señas a Zenaida un par de cervezas más. 

Zenaida ayudó a meter la mercancía a la cocina, luego cerró el comedor y los tres nos pusimos a beber y a escuchar música cantando como dementes. Nunca había sentido un lazo de unión tan agradable como ése. 

Dentro de mi borrachera descubrí que yo pertenecía a ese espacio con esas mujeres.

Cuando regresaba de una de mis visitas al mingitorio, el suelo se me movió y pude ver en cámara lenta cómo el piso se acercaba a mi nariz, mientras que no sentía mis piernas porque habían desaparecido o por lo menos no me obedecían. Ni las manos metí y de pronto, todo se oscureció.

No sé cuánto tiempo pasó, pero al abrir los ojos estaba acostado en la cama de una modesta habitación con Kenia a mi lado. 

Pude percibir bajo la sábana que ella estaba desnuda.
 
La cabeza me daba vueltas e intenté levantarme sin éxito. 

Kenia dormía y dejaba escapar un pequeño ronquido que me pareció un murmullo angelical. La contemplé sin ninguna malicia y me volvía a recostar pensando que aquello podría ser un sueño del que no me quería despertar.

Extendí mi brazo y ella somnolienta o dormida se acurrucó, por lo que nuestras cabezas quedaron juntas.

Me venció de nuevo el sueño. Creo que soñé que en algún momento nos besamos en la boca y nos desnudamos. Creo que soñé que mis labios recorrieron la extensión de su cuerpo y que aún dormido seguía comiendo tacos de nana. Creo que soñé con la noche en que perdí mi virginidad, pero en ese momento no me invadía la curiosidad, como la primera vez, sino que era un deseo ardiente que me quemaba y que yo avanzaba como un jinete con furia para profanar el templo de su cuerpo.

Creo que entre sueños escuché sus gemidos provocados por la acumulación de mi energía dormida y estoy seguro que esta vez los orgasmos que provoqué fueron más de siete.

Creo que soñé que me dormía con más profundidad porque al mediodía me desperté con una sensación de haber descargado  una gran presión acumulada. 

Ella ya no estaba y en su lugar de la cama sólo quedaba un hilito de sangre sobre la sábana blanca.

Me sentí joven y relajado.

Salí al comedor y Kenia y Zenaida se me acercaron. Noté preocupación en el rostro de Zenaida, que contrastaba con la felicidad de Kenia, se veía radiante, con los ojos brillantes y una sonrisa que me envolvía con energía.

Kenia se dirigió a la rockola y puso la canción de "Caballo viejo", regresó a mi lado con una actitud inquisidora. "¿Se acuerda?", me preguntó y tras mi silencio ella misma se contestó: "Es una de las canciones que no dejaba de escuchar usted anoche". Me sentí avergonzado, pero esa canción del venezolano Simón Díaz, interpretada por el cubano Roberto Torres me parece la mejor versión que existe y además me identifico con esa letra, por mi edad.

Zenaida me preguntó: "¿Tomaste alguna pastilla para tener sexo?". Su pregunta directa me ruborizó, moví la cabeza en señal negativa, desconcertado y con sinceridad. 

De pronto, el humo del olvido se fue disipando de mi mente y pude recordar con toda precisión los detalles de la noche anterior: 

En realidad todo lo que creía haber soñado fue verdadero y más intenso.

Recuerdo que le declaré mi amor a Kenia, que ella contestó que también sentía una energía poderosa que la atraía hacia mí y que nunca había sentido por nadie. Le había preguntado a Zenaida si ella se oponía a esa relación y Zenaida sin pensarlo contestó: "A mí no me metan en sus puterías. Si el amor los llama, no se resistan y no se equivoquen porque la vida se vive una sola vez."

Después de seguir cantando y bebiendo comenté que era hora de marcharme, pero Kenia y Zenaida se opusieron por mi estado y las altas horas de la noche.

Kenia dijo que dormiría con Zenaida y que me ofrecía su habitación. Yo no me resistí mucho, aunque la intención de ellas era sincera. Acepté la invitación pero no quería profanar la cama de la chica.

En algún momento ella entró a la habitación con el pretexto de sacar una colcha de su ropero. Se sentó en la otra orilla de la cama y me  preguntó si la había visto bañarse el primer día que nos conocimos.

Le contesté que sí, pero que fue una vista accidental. Ella me explicó que había cerrado bien la puerta, pero que no imaginó que ésta se fuera a caer y que sólo hasta que ingresó al local se dio cuenta de eso y que posiblemente yo la había visto y que se moría de pena.

Sentí una provocación cuando me dijo que le platicara qué había visto yo en esa ocasión en que ella se bañaba debajo del platanal.

Yo empecé a hablar de lo que había visto y de lo que había sentido aquel día y lo hice con tanta pasión que ella me insistía para que siguiera yo hablando y alargara la historia, por lo que se dio vuelo mi imaginación retorcida.

En algún momento ella se puso de pie y empezó a desnudarse para  recrear lo que yo contaba.

Las palabras de Zenaida interrumpieron mis pensamientos: "Preparé unos chilaquiles bien picositos para que se nos baje la cruda", dijo.

Kenia expresó con seriedad su preocupación si no le haría daño el picante porque tenía el presentimiento de que podría estar embarazada.

"Yo creo que tu sentimiento es real", dijo Zenaida y se me quedó viendo con unos ojos inquisidores.

La verdad--dije--, yo también siento una energía extraña, como si fuera a ser padre.

Y no miento al decir que esa sensación es maravillosa, como si un ángel nos hubiera bendecido y nos hubiera entregado un ser para crecerlo y cuidarlo, incrementando nuestra energía vital.

Le prometí a Zenaida que me haría cargo de los daños, en caso de que su hija resultara embarazada. "Con ese propósito pondré en  orden todas mis cosas y mis papeles y si ambas me lo permiten regresaré para vivir aquí al lado de Kenia", dije.

Kenia me abrazó y sonriendo miró a Zenaida en forma aprobatoria. 

El rostro de Zenaida dejó escapar una lágrima. "Está bien--contestó-- la vida es impredecible, pero por algo suceden las cosas." 

Luego, mirándome como si me estuviera regañando, me advirtió: "La única condición será que vas a limitar tu consumo de tacos de nana, ¡No me dejaron dormir toda la noche!" Y luego se rió con franqueza.

Escribo todo esto en mi diario mientras espero la salida del autobús que me llevará de regreso con Kenia y Zenaida, mi nueva familia.

Al escribirlo dejo constancia porque no sé si estoy vivo o estoy muerto o todo esto es un sueño, pero no creo porque me pellizco y el dolor y las manchas me recuerdan que estoy vivo y el sabor de Kenia no se desprende de mi boca.

Ya puse en orden todas mis cosas y papeles y voy de regreso para iniciar una vida nueva porque ahora tengo más fuerzas y un motivo  para vivir.

domingo, 17 de marzo de 2019

La gran farsa del fenómeno OVNI

Durante mi infancia estaban de moda las revistas "Ovni" y "Duda", especializadas en fenómenos extraordinarios y extraterrestres.

Para la imaginación infantil era fascinante creer en los marcianos y en la vida superdesarrollada en otros planetas.

Y como en las mejores películas de superhéroes la emoción consistía en creer, en el mejor de los casos, que seres más civilizados vendrían a salvar a la humanidad de su vocación autodestructiva mediante una amistosa cooperación e incluso con el apercibimiento de un poderoso armamento y un enorme ejército extraterrestre.

Pero el tiempo pasó y lo que debía tener una línea natural de acontecimientos lógicos: Contacto--alianza-colaboración, nunca sucedió.

Muchas naves que en la década de los 80 y 90 eran reportadas como "Objeto Volador No Identificado"(Ovni o UFO, en inglés) para las siguientes décadas se estrenaron como poderosas naves de guerra de las potencias económicas.

Existe una amplia bibliografía en la que  se desmiente que dichos Ovnis pertenezcan a comunidades extraterrestres.

Ateniéndonos a un enfoque empírico podemos enumerar algunas premisas:

1. El fenómeno Ovni es un secreto guardado celosamente por los gobiernos que pudieran tener evidencias.

2. El fenomeno Ovni creció de manera paralela al desarrollo de la industria bélica de la Segunda Guerra Mundial.

3. Los ovnis avistados tienen un comportamiento de espionaje en zonas petroleras, mineras, de recursos naturales y también en zonas militares.

4. A pesar del desarrollo que ha alcanzado la astronomía, no se han encontrado signos de inteligencia superior a muchos años luz de distancia de nuestro planeta tierra.

5. No obstante la gran cantidad de satélites en la órbita terrestre, nunca han sido documentados desde el  espacio Ovnis que estén entrando y saliendo de la atmósfera que da al espacio ultraterrestre.

Aunque los estudios originales para el desarrollo de las naves se atribuyen a la Alemania Nazi, es muy probable que Estados Unidos e Inglaterra hayan aprovechado y mejorado esa tecnología.

Con los avances científicos de hoy en día, algunas naves captadas tienen emotivos diseños orientales, por lo que es posible que hasta China ya esté incursionando en este asunto.

En resumidas cuentas, el fenómeno Ovni es demasiado humano como para achacárselos a los alienígenas.

Las ideas crecientes de "reptilianos" y naves de otros mundos, solo pretenden distraer la atención y evadir la responsabilidad de los excesos humanos de algunas potencias militares, por lo que todo apunta a una gran farsa de un secreto militar bien guardado.

viernes, 8 de marzo de 2019

La "bohemiada" nuevo subgénero periodístico















(Ilustración tomada de Revista UNAM)

Si en literatura se han registrado exitosas creaciones de subgéneros como las "Greguerías" de Ramón Gómez de la Serna, los "Poemínimos" de Efraín Huerta, los "Microrrelatos" que abundan en las redes sociales y hasta el "Haiku", poesía japonesa, propongo que se reconozca la "Bohemiada" como un subgénero periodístico.

Obvia señalar que la paternidad de dicha propuesta es propiamente de Carlos Monsiváis.

Carlos Monsiváis publicó en diversos periódicos una sección que se llamaba "Por mi madre, bohemios" y que consistía en que él hacía breves comentarios sobre los titulares, noticias,  declaraciones o información general en un tono bastante chocarrero.

La sana costumbre de ironizar, comentar sarcásticamente al poder, clavarle observaciones incisivas, hacer juicios implacables, recordarles que son demasiado humanos, pese a sus pretensiones sobrenaturales, es parte de la cultura popular.

Todo eso se circunscribe a ironizar con la brevedad que demanda el uso de las TIC´s.

Por ese motivo, que debemos cultivar ese sano ejercicio intelectual tratando de mantenerse siempre del lado de la justicia, de los débiles y del humor.

"Bohemiada" es un título audaz, pero en su connotación lleva la mejor de las intenciones, entonces, a darle.

martes, 26 de febrero de 2019

Una amistad desconocida

No creo en fantasmas.

Nunca he creído en fantasmas, brujas, diablos ni nada por el estilo. Mis peores pesadillas las atribuyo al estrés, a la soledad o al exceso de malas compañías, pero no a los asuntos paranormales.

Por esta razón todavía no me explico esta situación de una amistad que inició hace seis años, cuando me enviaron de mi trabajo a una escuela de la sierra.

En un día nublado y lluvioso en que ya todos se habían retirado del plantel, me quedé en la dirección revisando unos documentos cuando de pronto apareció en el marco de la puerta una jovencita de aspecto pálido, delgada, de enormes ojos grandes y tristes y con visibles ojeras y vestía el uniforme escolar. La verdad me sobresalté cuando escuché su voz:

-Buenas tardes, director.
-Buenas tardes, hija, ¿qué andas haciendo por aquí a estas horas?
-Quería preguntarle si de casualidad no le entregaron una cadenita con un dije de oro.
-¿De oro? ¡Fiuuuu! Pues espero que si alguien la encuentra, me la reporten y yo te la guardo con mucho gusto.

La niña, que tendría unos catorce o quince años aproximadamente, balbuceó "Gracias" y se dio la vuelta.

Con el paso de los días y mi adaptación a esa escuela de escasos doscientos alumnos, me dí cuenta que la alumna ya no asistía a clases o algo había pasado porque no la veía a la hora del receso, ni en los homenajes.

En una ocasión organizamos una conferencia en la sala audiovisual y la volvía a ver. Se sentó en una esquina de la primera fila, me miraba con su aspecto triste. Le sonreí y la saludé con la mano y ella, sin ningún gesto, levantó la mano en forma de saludo. Llevamos a cabo la conferencia y no me percaté en qué momento se salió de la sala. Quería preguntarle si había recuperado su cadena con su dije de oro.

Al término de la conferencia sentí una enorme curiosidad por identificar a qué grupo pertenecía esa alumna. Así que visité cada uno de los salones y mi sorpresa fue que esa alumna no estaba en ningún grupo. Pregunté al vigilante si se había retirado algún alumno y me contestó que absolutamente nadie había salido ni entrado.

Con motivo de un proceso administrativo para asignar becas, yo tenía que validar con mi firma las credenciales de beneficiarios, así que desfilaron frente a mí todos los alumnos del plantel y en ningún momento la ví. Chequé las listas y ¡oh! sorpresa. La cantidad de alumnos cuadraba perfectamente con las credenciales que yo había validado, no sobraba ni faltaba nadie.

Eso me puso de mal humor, ¿cómo podríamos tener una alumna de oyente sin que yo tuviera el control? Pues los oyentes están prohibidos.

Por las mañanas yo era el primero en llegar a la escuela y pararme en la entrada, quería ver a esa alumna y preguntarle a qué grupo pertenece y cuál era su condición académica. Pero nunca la ví entrar.

Aunque me inquietaba el asunto, no le dí importancia. Supuse que eran de esos alumnos audaces que perdían el semestre y no les avisaban a sus padres y que por ese motivo, eventualmente, ingresaban al plantel como para fingir que eran alumnos regulares.

Terminó el semestre y no la volví a ver.

Al cumplir un año en ese lugar me cambiaron de escuela.

Mi nuevo lugar de trabajo se ubicaba a más de 200 kilómetros de distancia en un lugar seco y caluroso. En esta escuela la matrícula era como de 800 alumnos.

Una tarde que ya se había retirado todo el personal el cielo se nubló y una pertinaz lluvia comenzó a caer.

Estaba en mi oficina ordenando unos documentos cuando en el marco de la puerta apareció una joven delgada, de tez pálida, cabello largo, de ojos grandes y tristes, con el uniforme escolar. Me preguntó: "Buenas tardes, ¿usted es el nuevo director?" "Sí, hija, buenas tardes, a tus órdenes" Inicialmente no ubiqué a esa alumna pero me desconcertó, sabía que la había visto en algún lugar, pero no le dí importancia, luego me dijo:

-¿Aquí reportan los objetos extraviados?
-Sí, ¿perdiste algo?
-Perdí una cadena con un dije de oro.
-Bueno, si me la reportan, con mucho gusto te la guardo.

Luego la alumna se retiró y luego pensé que ese momento ya lo había vivido en alguna ocasión.

Repasé los rasgos de la chica y me acordé que ya la había visto en algún lugar, pero no precisaba en dónde.

Me inquietó esa situación y en los días posteriores traté de ubicarla sin ningún éxito, no estaba en ningún grupo.

lunes, 28 de enero de 2019

Eva y el profesor

Contexto: En 1997 un crimen de una hermosa jovencita de 16 años conmocionó a España. Aunque nunca se identificó al culpable, la víctima dejó una clave escrita en su diario personal, que la policía nunca ha podido descrifrar, pero se cree que esa clave podría conducir al asesino. La clave consiste en que escribió aproximadamente unas 200 veces, de manera ordenada en filas "Evita y 343110" a las que coloreo en filas de verde, azul y rosa. 

Aquí mi hipótesis sobre este caso, en forma de cuento. Cabe aclarar que conocí  este asunto a través del libro "Crímenes Sin Resolver" de Vicente Garrido y Patricia López (Ariel, 2014), que reseña varios e interesantes expedientes abiertos que tienen en jaque a la policía española. No he terminado de leer todo el libro, pues apenas concluí con el capítulo de este caso y de inmediato se me ocurrió una solución que paso a redactar en forma de cuento. Por lo mismo, lo que sigue es ficción a partir de un hecho lamentable de la vida real.

Cuando Evita conoció al nuevo maestro de Química se quedó fascinada y al mismo tiempo con un inexplicable temor.

Se trataba de un docente joven, unos 30 años, blanco, alto, y una melena rubia peinada descuidadamente hacia abajo, que le daba un toque juvenil . A pesar de sus ojos azules, éstos eran fríos y penetrantes y advertían que algo no combinaba bien tras aquella fachada de artista de cine. Tenía buen gusto para vestir y se arremangaba la camisa larga dejando ver unos brazos bien trabajados en el gimnasio, con bastante bello.

También el maestro se dio cuenta de la fascinación que había despertado en aquella niña de 16 años y hacía todo lo posible para ponerla en el centro de su atención, sin evidenciarse frente al grupo. Al mismo tiempo, la química, que era la materia favorita de Eva, le permitía destacar en clase con su inteligencia natural.

Durante el curso, varias veces tuvieron la oportunidad de quedarse a solas en el aula, momento que aprovechaba el docente para insinuarse a ella. Evita se dejaba encantar por los gestos y las palabras seductoras, pero no aceptaba por dos razones: primero no sería bien visto una relación entre maestro-alumna y otro tanto por la diferencia de edades. Eso era un perfecto despropósito y sin embargo, la atracción estaba ahí, recíproca y posible.

En muchas ocasiones Evita ocultó esta información en su diario personal, pues sabía que en cualquier momento su información podría caer en manos de otras personas.

Al tiempo que se desarrollaban con normalidad las clases, aquella atracción se hacía cada vez más fuerte. Evita dudaba en continuar con ese juego, pero el maestro estaba decidido a llevarla hasta sus últimas consecuencias, costara lo que costara.

En repetidas ocasiones se sinceró con Evita, le dijo que no podía vivir sin ella, que le motivaba un nuevo deseo de vivir y que lo que más ansiaba era tenerla entre sus brazos, pero a Evita la frenaba la mirada inexplicablemente gélida del profesor y por otro lado, la uña del dedo pulgar de su mano derecha no era normal, era una uña chata grotescamente exhibida por un pulgar espatulado y anormal que no le inspiraba confianza a Evita.

Sin embargo, Evita dudaba. En su mente hacían eco las palabras dichas en la clandestinidad por el profesor: "En la vida solo existe una oportunidad, que cuando no la aprovechas, lo lamentarás toda la vida y morirás anciana y con el remordimiento de no haber disfrutado ese momento. Vamos, nadie se dará cuenta, te lo prometo."

No queriendo transcribir esto en su diario, Evita recordó la última clase de química, donde se percató que las iniciales del nombre del maestro, combinaban con el número de algunos elementos de la tabla periódica. Exactamente los números 34, 31 y 10 coincidían con las sílabas "SE-GA-NE" que tenían relación con las primeras sílabas del nombre del maestro.

De manera divertida empezó a escribir en columnas "EVITA Y 344110" en una cantidad similar al número de elementos que contiene la tabla periódica y para enfatizar esa coincidencia, la coloreó con los mismos tonos que se acompañaban en dicha tabla. De este modo, pudo meter al maestro en su diario personal y al mismo tiempo ocultarlo.

Evita accedió a salir en una ocasión con el maestro y tuvieron relaciones, siempre inducida y  obligada por él. Pero ese fue su error. El docente estaba obsesionado y la presionaba para que volvieran a salir. Ella accedió con la condición de que fuera la última vez y que eso se tenía que frenar. Con ese motivo, presionada por él, que se había vuelto violento y que amenazaba con lastimar a su familia si no volvían a salir, Evita pidió permiso para llegar tarde un día a casa. En el camino, de regreso, la estaría esperando el maestro.

Una lluvia intensa se desató esa noche. Evita le explicó que esto simplemente no podía continuar y el maestro le prometió que si mantenían relaciones, esa sería la última vez que la buscaba. Evita accedió de mala gana e hizo todo lo que el maestro le exigió en medio de la oscuridad del camino y bajo la intensa lluvia.

Cuando Evita se quiso retirar, el maestro quería repetir el acto, pero Evita no. Le pareció todo aquello muy desagradable y tenía miedo y urgencia por llegar a casa, pero el maestro no la iba a dejar ir y perdiendo el control acabó con la vida de la hermosa jovencita.

A la fecha el crimen nunca se ha resuelto, a pesar de que Evita escribió el nombre de su verdugo en su diario personal, valiéndose de la tabla periódica de los elementos.

viernes, 11 de enero de 2019

El asalto

Son las ocho de la noche.

Una llovizna persistente dibuja extraños reflejos de luz que llegan desde la amplia avenida a los cristales de la cafetería "Bon Appétit", acompañando el sonido ambiental de música de jazz.

El viento helado se filtra en la cafetería cuando el hombre alto y robusto vestido de negro ingresa empujando nerviosamente una de las hojas de cristal de la puerta.

"Buenas noches", le dice una mesera, pero el hombre no la escucha y se sienta en una céntrica mesa metálica. La mesera piensa que se trata de un cliente pesado, de esos sujetos neuróticos que tratan a patadas a medio mundo y lo observa con interés.

Es tarde para usar lentes oscuros y a pesar de que ya está dentro, tampoco se quita la gorra negra.

Un extraño presentimiento incomoda a la joven mesera, el hombre de negro, con guantes de piel del mismo color, se desabrocha el abrigo y saca de la cintura una pistola que introduce a la bolsa derecha de su prenda.

Sintiéndose desfallecer la señorita del servicio se dice a sí misma: "¡Dios mío, un ladrón! y se dirige alarmada al cajero que concentrado ordena unos bauchers a un costado de la caja. La mesera le golpea con el codo y el cajero interpreta ese golpe como un accidente. No le hace caso. La joven insiste dándole una patada a lo que el cajero contesta en voz alta: "¡Qué te pasa! ¡Fíjate!"

El hombre de negro mira la escena y levanta el brazo hacia la caja. El cajero ordena a la mesera, "Atiende al señor". La mesera hace gestos y se dirige al cliente: "Buenas noches, aquí está la carta", pero el hombre de negro se la rechaza con la palma de la mano y le dice: "Solo quiero un café americano". La mesera anota en su comanda con inestabilidad y letras grandes "ES UN LADRÓN, TRAE UNA PISTOLA" y de paso a la cocina deja el papel a un costado de la caja, mientras dice, "un americano por favor".

De reojo miró el papel el cajero  y abrió los ojos sorprendidos al leer el mensaje. Simulando que llamaba a alguien pasó a la cocina, detrás de la caja. La mesera comentaba con las tres cocineras sobre el problema. "Voy a llamar a la policía" dijo el cajero y visiblemente excitado marcó el número de la policía.

Por el teléfono celular se escuchó la voz de una mujer: "Buenas noches. Estación de policía. Le habla la oficial Martha, ¿con quién tengo el gusto?"

-Me llamo Juan, soy el cajero del café restaurante "Bon Appétit" de aquí del centro.
-Sí, ubicamos el lugar, dígame ¿en qué podemos servirle?
-Al parecer un ladrón se metió al café y está armado.
-Mantenga la calma y dígame, ¿el ladrón es uno o son varios?
-Creo que nada más es él.
-Ok, ¿el ladrón está asaltando a los clientes?
-No, todavía no, pero se ve sospechoso.
-Muy bien, en este momento doy aviso a las unidades que anden cerca, no me cuelgue. Le voy a solicitar unos datos. Le informo que esta llamada puede ser grabada para fines de calidad en el servicio y que sus datos están protegidos, usted puede consultar nuestro aviso de privacidad en triple doble u, seguridad pública punto com.

Juan canceló con fuerza la llamada y balbuceó: "pinches burócratas..." Luego le dijo a la mesera: sírvele su café. Pero ella hizo gestos de rechazo y él le insistió: "¡llévalo!".

La docena dispersa de clientes que a esa hora cenaban en el lugar no se daban cuenta de nada.

Agitada la mesera depositó el café sobre la mesa, sin importarle que lo había agitado demasiado, reteniéndose el líquido sobre el plato, cosa que no importó al cliente que tomó un sorbo. Luego, extrajo una pluma y escribió algo sobre una servilleta.

En ese momento, el ruido de las sirenas y la luz de las torretas de las patrullas acompañaron el rechinido del forzado frenón de dos dos patrullas que se pararon frente a la cafetería. Con evidente torpeza descendieron cuatro policías de cada unidad, desenfundando sus armas y apuntando hacia arriba se precipitaron teatralmente sobre la entrada del café, ante el desconcierto de los clientes.

Uno de los policías dijo: "¡Nadie se mueva, todos con las manos en alto!" Como no percibió nada extraño, dijo: "Nos reportaron un asalto."

Los clientes se miraron desconcertados y luego sonrientes, irónicos.

El hombre de negro extrajo con rapidez el arma e introduciendo el cañón en su boca jaló el gatillo.

Pero la pistola tenía seguro. Cuando se percató de este descuido ya los policías lo habían sometido.

Lo desarmaron, lo esposaron y lo metieron a una patrulla.

Un policía alto y con un vientre muy abultado se acercó a la caja, "necesito hablar con el encargado". El mesero dijo, "Soy yo". Poniendo una libreta sobre el mostrador el policía le dijo: "Voy a necesitar sus datos para levantar el informe. Me tendrá que acompañar a la comisaría. Y el cajero le constestó: "Pero no asaltó a nadie."

Un silencio incómodo se apoderó de ellos dos en medio del barullo de la cafetería.

"Cierto, además, el ladrón se metió la pistola a la boca. Si es necesario voy a regresar con usted" Le advirtió el policía.

Mientras, sobre la mesa metálica que había ocupado el hombre de negro, en ese momento nadie se percató de una servilleta que tenía escrito: "NO SE CULPE A NADIE DE MI MUERTE. TE AMO JAVIER, PERO NO PUEDO SOPORTAR QUE ME ENGAÑES."

lunes, 7 de enero de 2019

El mejor año nuevo

Me llamo Juan Pérez y el año nuevo para mí es pura hipocresía

La navidad también y todas esas fiestas ridículas que los niños no entienden y los adultos fingen.

No odio la navidad, tampoco al año nuevo, de hecho he encontrado un lugar fuera de casa donde pasarla bien.

Yo también tuve hogar, como sale en las películas: el papá, la mamá, los hijos, el perro y el árbol de navidad... pero un día la infidelidad de la mujer echó a la mierda el hogar, la familia, la mascota y el árbol de navidad y la cena de año nuevo.

Desde entonces he creído que en estas fechas hay mucho de hipocresía, pero he encontrado que en el restaurante "La Ballena Feliz" uno le da sentido a estas ocasiones.

También hay mucha hipocresía en las fiestas de restaurantes, pero lo que vale la pena en esas fechas, además de las propinas, es que, nuestro jefe, el  capitán de meseros nos deja brindar cuando se retira el último cliente.